Una especia aparte
Para ser un cocinero de éxito, un auténtico chef televisivo y molón, solo hace falta ser un poco mochales, disponer de un amplio repertorio de canturreos y unos cuantos chistes malos para el momento de pelar las patatas. Si además se poseen algunas nociones de cocina, se puede considerar uno entre los grandes.
Es tal el nivel de competición en nuestro país, que se diría que cuanto más tonto es el cocinero, más ricos le salen los platos. “Menuda suerte – escucho comentar en un restaurante – Me han dicho que el cocinero es tonto perdido”.
Es posible que la tontuna proceda de ese afán de matar el tiempo en las horas muertas de la cocina. Si ven este tipo de programas, habrán observado que el realizador corta sistemáticamente esos minutos en que el plato se mete en el horno o se enfría en el congelador. La gente de la profesión sabe que no se cortan porque resulten aburridos, o porque espanten a la audiencia, sino porque son precisamente esos minutos en los que el cocinero dice más sandeces consecutivas, llegando a perder por completo el control. “Corta, Paco, que al Arguiñano le está dando un síncope” – y otra vez a preparar el plató.
Para ser un cocinero de primera es indispensable adquirir alguna muletilla, del tipo “rico, rico”, “mira qué bien” u “ole ole, mañana sin cole”. El caso es rellenar los espacios. Y es ahí donde reside la raíz del problema; se empeñan en rellenar su discurso igual que rellenan los pimientos. “Mira qué bonita la albondiguita” – te sueltan a bocajarro, sin comprender que esa frase, en cualquier otro contexto de la vida, es digna de que te corran a gorrazos.
José Andrés, un caso de libro
Dado que el nivel de tontería va asociado al éxito, no es de extrañar que José Andrés, el cocinero de La Primera, sea dueño de cuatro restaurantes en Washington y tenga previsto abrir otros tantos. Es el único capaz de preparar, delante de las cámaras y ante media España, una señora sopa de ajos con agua mineral, con dos cojones.
El tipo, superexclusivo miembro de la generación bulli-bulli, es capaz igualmente de sacar un termómetro digital última modelo y medir, con tan solo colocarlo por encima de la sartén, la temperatura exacta del aceite. “El aceite tiene que estar a 284 grados” – dice nuestro intrépido chef, y a continuación se pone a freír boquerones.
A media tarde José Andrés se pela una sandía entera y utiliza dos taquitos diminutos para preparar una tapita con semillas de tomate. Te prepara un plato con wasabi fresco que no ha visto ni Yoshio o te aliña una pitahaya, que te tienes que ir a buscar a la selva. Eso si no le da por sacar el nitrógeno líquido y criogenizar unas alcaparras.
No me tachen de macarra, pero no veo yo a mi vieja haciendo un pedido de doce litros de nitrógeno líquido al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, solo para preparar una tortilla de espárragos.
Pero igual soy yo, que no entiendo la cocina de ahora.
3 Comments:
Considero que, Jose Andrés, día a día intenta asombrarnos con cosas que inusualmente se utilizan en la cocina. Con ello no pretende que nosotros hagamos lo mismo, sino que conozcamos la cantidad de productos e instrumentos culinarios que existen. Es una manera de enriquecer nuestra cultura
Yo también, es solo por molestar
"una señora sopa de ajos con agua mineral, con dos cojones"...genial
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